Podía haber sido cualquiera de nosotros, pero tú fuiste el primero en comprar el Kill’Em All de Metallica. A mediados de los 80, Metallica era para mi una promesa, pero tú nos hablaste de su sonido distinto, fresco, rápido, y nos convocaste para que pudiéramos escucharlo en tu casa. El primer tema se llamaba Hit the Lights, y eso es lo que hiciste para mí, encenderme una luz, llenarme de una energía que entonces me pareció increíble. Recuerdo esa tarde como si fuera ayer, el disco girando en el plato, las guitarras acuchillando el espacio y de repente te veo a ti, mirándome sonriente al ver la sorpresa dibujada en mi rostro prácticamente infantil.
La vida nos separó durante un tiempo, pero volvimos a encontrarnos al principio de los 90. Me había distanciado de ti y del rock duro, pero me invitaste de nuevo a pasar una velada contigo, esta vez los dos solos, tu mujer durmiendo con vuestra hija y nosotros en el comedor viendo videoclips de bandas de metal hasta las tantas, olvidándonos incluso de cenar, devorando magdalenas con bourbon de madrugada. Aquella noche recuperé viejos sonidos y volví a sentir cómo corría aquella energía de nuevo, sintiendo que habías vuelto a encender la llama de nuestra adolescencia.
Pero dejamos de vernos durante mucho, demasiado tiempo, y de nuevo apareció Metallica para unirnos, hace cinco o seis años atrás. Fue mágico, como si no hubiera transcurrido más de una década. Brindamos, reímos, y creamos un grupo de Whatsapp. Qué pasada, una cosa tan simple, pero sirvió para compartir vivencias y músicas contigo y con los demás, y de nuevo el heavy en forma de videos en el móvil, fluyendo la luz una vez más.
Y hace unas horas que me han dicho que ya no estás, que nos has dejado, tío. No puede ser, sabes que no puede ser. Lo sé yo y lo sabemos los demás. Tanta luz no se puede acabar Quique, no puede desaparecer. Es todo lo contrario: ahora eres más grande que nunca.