La nostalgia es arqueología: investiga vestigios y los interpreta.
Esto lo dice Sergi Pàmies en su último libro, L’art de portar gavardina, una preciosidad repleta de referencias personales que destila nostalgia en cada página.
Escribo esto inspirado en el libro de Sergi, poco después de habérmelo terminado, mientras viajo con destino a Firadisc, feria de discos que se celebra cada año en Sants. Firadisc es una fiesta que reúne a curiosos, nostálgicos y coleccionistas. Yo me considero de estos últimos, ya que colecciono jazz de los años 50 y 60 y por lo tanto, no siento nostalgia por un tiempo que no he vivido. Pero quizá porque me estoy haciendo mayor, hoy visito la feria atacado por la añoranza. Voy a hacer una investigación de arqueología, que será la de encontrar viejos singles, discos de 45 rpm, de un grupo que me encantaba hace 35 años atrás, Iron Maiden.
Iron Maiden es una banda de heavy metal, todavía en activo, que marcó mi adolescencia no solo por el sonido inconfundible y eléctrico de sus guitarras y el bajo, sino también por las portadas de los discos en los que invariablemente, aparecía la mascota del grupo, un personaje de estética zombie llamado Eddie.
Es a la búsqueda de este Eddie a lo que me dedico esta noche, supongo que para interpretar mi adolescencia no sólo con un recuerdo tangible, un disco, sino también con una experiencia acústica que me llevará al pasado cuando la aguja se pose sobre el vinilo. Recuperaré así vestigios arqueológicos de una juventud que como en la de Sergi Pàmies, no hay nada que superar. O quizá sí, pero cuando suene la música sabré que no será necesario interpretar nada porque nadie interpreta la felicidad. Si la has sentido alguna vez, se vive. O se revive.